Entrada 45
"Atardecer", fotografía realizada por Aquiles Torres
Después de
pasar varias horas consultando algunos libros que trataban sobre la vida en el
Egipto durante la Dinastía XVIII, Valentino decidió irse a dormir. Miró su
reloj. Eran casi las dos de la madrugada y estaba cansado. Cuando terminaba de
cerrar el libro que trataba sobre la vida en el harén del faraón Amenhotep III,
padre de Akenatón, intempestivamente, aparecieron en la estancia la escultural
Muchosnombres acompañada de su lugarteniente el señor Destino, quien venía con
su cabeza totalmente rapada y brillante como una bola de billar; y con un
piercing dorado en su nariz.
Aunque el periodista ya estaba acostumbrado a estas visitas y encuentros imprevistos, esta vez se asustó y reaccionó dando un salto.
Aunque el periodista ya estaba acostumbrado a estas visitas y encuentros imprevistos, esta vez se asustó y reaccionó dando un salto.
- ¿Qué te pasa? – le espetó Muchosnombres,
- ¿Que qué me pasa….que qué me pasa? ¿Crees que es
normal aparecer de la nada en medio de la noche?
El señor Destino, sarcástico como
acostumbraba ser, le imitó a la perfección su voz repitiendo su frase “¿Que qué
me pasa…que qué me pasa?”, mientras daba saltitos sincopados para hacer más
cómica la escena. Luego, como era habitual en él, se comenzó a reír a mandíbula
batiente acariciándose su cabeza desnuda. Cuando dejó de reír le comentó a
Valentino: “¿Sabes por qué me he rapado mi bella cabellera?
- No – contestó Valentino.
- No – contestó Valentino.
- Lo he hecho por ti. Quiero que Akenatón crea que
realmente soy un egipcio. Completaré mi atuendo con un faldellín de lino real,
y como hablo todos los idiomas que habéis creado los hombres, podré hacerte de
intérprete.
Muchosnombres, en cambio, lo miró seria y
le soltó una retahíla de reproches, cerrando el largo rosario con una frase
final suave, pero punzante como una daga:
- Valentino querido ¿Cuántas veces te he repetido que
no existe lo que tú llamas “tarde”?
- Muchas veces, pero a pesar de tu afirmación, para mí
son las dos de la madrugada. No es que crea yo que es tarde, es que para mí sí
es tarde. Y, además, estoy cansado.
- Amigo, ¿Por qué te cuesta tanto entender que no es
ni tarde ni temprano ni antes ni después? Intenta aceptarlo. Quizás así no te
cansarías tanto. Existe sólo lo que tú llamas “ahora”. Cuando lo aceptes vas a
sentirte más libre y serás más feliz.
- Vale, Muchosnombres. Tienes razón. Aunque estoy
cambiando respecto a hábitos como éste de la rigidez del tiempo, todavía me
quedan residuos que a veces me producen infelicidad.
- Vale…vale, no ha pasado nada, ven, para que cambies tu humor, quiero abrazarte
y acariciarte ¿Sabes que estás muy guapo y atractivo? Si tantas mujeres
querrían estrujarte entre sus brazos ¿por qué yo no? – Y sonriente,
Muchosnombres lo abrazó. Luego, suavemente, acercó sus labios a los de él. A continuación, con
una gran carga de sensualidad, le introdujo su lengua en su boca para juguetear
con la del periodista que estaba perplejo.
Valentino se sorprendió porque
Muchosnombres nunca había hecho una incursión tan profunda en él. Tanto así que
le produjo una excitación que desembocó en una erección intensa. Muchosnombres
se percató y deslizó su mano hasta el miembro del periodista. Se lo apretó diciéndole: “¡Mmm!
¿No dijiste que estabas cansado? ¿O es la hora en que las serpientes salen de
cacería? Por ahora sólo un beso, machote; luego quizás algo más” – y agregó - Tienes diez minutos para prepararte. Nos largamos para lo que tú llamas “el Egipto de hace tres mil trescientos cincuenta
años atrás”.
En realidad Muchosnombres se lo dijo para
que psicológicamente se preparara para cambiar de situación. Porque para ella
no era lo que los seres humanos consideraríamos un viaje. Se trataba, simplemente
de cerrar, abrir los ojos y encontrarse en otra realidad que para la mayoría de
los mortales estaba enterrada. Sólo existía en los museos y en los libros de
historia antigua. De todos modos Valentino, en menos de diez minutos, se vistió
con ropa de color caqui, cogió su mochila donde solía llevar una tablet, una
cámara fotográfica y una grabadora, y exclamó: “estoy listo”.
- Muchosnombres, quiero pedirte un favor.
- Pídelo.
- Antes del encuentro con Akenatón, siguiendo el curso del río Nilo me gustaría
sobrevolar el Egipto de la Dinastía XVIII.
- ¡Concedido tu deseo!
Y nada más oír la respuesta de Muchosnombres a su petición, Valentino se vio volando como un pájaro, pero sin mover ni un músculo. No sintió miedo. Ya se había acostumbrado a estas sorpresas que le regalaba aquella mujer extraordinaria.
Entraron, por decir algo, desde el Mar Mediterráneo. La visión era maravillosa. Tenía conciencia que abajo había varias civilizaciones que en su siglo veintiuno ya no existían: entre otros, los Hititas; los reinos de Mitanni, de Urartu, de Frigia, de Elam; el Imperio Asirio y el Babilonio. Y, por supuesto, el Egipto de faraón Akenatón.
Desde el aire pudo ver el espectacular
delta del Nilo que parecía una inmensa tela de araña.
- Mira Valentino, bajo tus narices tienes el Bajo
Egipto. Y a tu izquierda el Mar Rojo. Y más allá el reino de Mitanni.
Y allí puedes ver Tebas. Tell El Amarna, que es adonde vamos, está a unos 300
kilómetros más adelante, siguiendo el río.
Allí, en ese preciso instante, en el gran templo de Tell El Amarna, sin que el faraón supiera que
venían visitas volando por el cielo azul de Egipto, Akenatón, acompañado de
Nefertiti, comenzaba a oficiar una ceremonia en honor al dios Atón.