miércoles, 30 de marzo de 2011

Viaje a Valencia (Segunda parte)

Capítulo Nº 10.
Flor del Real Jardín Botánico de Madrid.
    
 El sentir el pie de Muchosnombres en mi entrepierna me puso tan nervioso que al instante me levanté fingiendo que necesitaba más azúcar. Al girarme aproveché a mirarme sin disimulo en un espejo que hay junto a la nevera para comprobar si se me notaba mucho o poco la cara de bobo que sentía que en ese momento tenía.
     Cuando volví a la mesa alcancé a ver a Muchosnombres traspasando la puerta de la cocina sin abrirla. Cuando terminó de desaparecer yo aproveché para pellizcarme los mofletes y comprobar de este modo que lo que me estaba pasando era real. Al final opté también por salir de la cocina e ir al salón a intentar ordenar mis pensamientos. Apenas me senté en el sofá empecé a farfullar:
- Por favor que sea verdad, que sea verdad.
     Al instante Muchosnombres apareció de la nada ataviada sólo con sujetador y bragas. Se sentó en uno de los sillones mirándome con picardía, mientras me decía: "¿Quieres que juguemos a las escondidas?". E ipso facto desapareció nuevamente.


     Cuando quedé solo, desesperado, comencé a darme cabezazos contra un muro del salón para asegurarme que todo aquello que me estaba pasando no era un película. Me estaba dando el tercer golpetazo cuando oí la voz de esa hermosura que no sé desde dónde me llamaba, alargando descaradamente las letras "i" y "o" de mi nombre.
- Valentiiiiinooooo....Valentiiiiiinooooo.
     Cuando oí mi nombre mencionado con esa cadencia melodiosa pensé en el flautista de Hammelin, y entendí porqué todos los pobres ratones del pueblo
lo siguieron cautivados por esa música que debe haber sido mágica.


 Valentiiiiinooooo....Valentiiiiiinooooo - oí de nuevo.
     Esta vez, en vez de calmarme, reaccioné como si me hubieran introducido una guindilla en medio de lo más profundo de mis nalgas, y comencé a girar como peonza intentando dar con el punto desde donde venía la graciosa voz de Muchosnombres. Finalmente salí disparado sin saber exactamente hacia dónde me dirigía.
- Aquí estoy, aquí estoy - empecé a gritar tan desorientado que me tropecé con la mesita de centro del salón tirando por el suelo un juego de matrioskas rusas que había traído el año anterior de un viaje a San Petesburgo. Cuando estaba recogiendo las muñecas del suelo para volver a ponerlas en su sitio oí de nuevo a Muchosnombres.
- Je suis ici, mon cher - lo decía, probablemente, con la intención de darme  pistas para que siguiera el camino más recto hacia donde ella se había instalado.
     Me pareció que estaba en mi dormitorio. Y aunque no lo creí posible me dirigí hasta allí. Y, efectivamente, allí estaba ella tendida en mi lecho, tapada por las sábanas doradas de mi cama, como una una reina cubierta de láminas de oro, flotando en un lago de nenúfares egipcios, envuelta por el mismo aroma que exhalaba su cuerpo cuando ella llegó.
- ¡Oh, my God! - exclamé.


     Debe haberse sorprendido al verme transpirando y con el cabello completamente revuelto, porque con gracia me ordenó:
- Ragazzo, vai a fare la doccia e tornare.
- ¿Qué? ¿Qué dices?
- Que vayas a ducharte y regresas; estás sudando, muchacho.


     Yo cumplí su orden sin chistar y en tres saltos estuve metido dentro del habitáculo del plato de ducha de mi cuarto de baño. De inmediato, en forma automática, giré el mando del grifo hasta el fondo, con tal mala suerte que no me percaté que el selector de temperatura marcaba el máximo. Entonces salió un chorro potente de agua hirviendo que cayó justo encima de mis partes más sacrosantas. Fue tal el dolor que sentí que no aguanté y comencé a gritar como un verraco a punto de ser sacrificado.
- ¿Qué pasa? - preguntó Muchosnombres desde el dormitorio.
- Uf, nada, es que el agua ha salido muy caliente y me he quemado un poquito.
- Pero ¿Es mucho? ¿Por qué pareces tan nervioso?
     "Como para no estarlo", murmuré yo.
- ¿Qué dices?
- Nada nada, ya casi estoy. Ahora me seco y me pongo desodorante.  
     Finalmente enfundado en una bata de color naranja con ribetes marrones entré en forma marcial al dormitorio, intentando aparentar que tenía calculado hasta el último detalle todo lo que estaba haciendo. 
     Aunque notaba cierta parte de mi cuerpo inflamada como una bombilla de 100 vatios, simulaba que todo iba bien y que era el dueño de la situación, y que ese tipo de circunstancias las vivía, por lo menos, día por medio. Me detuve a dos metros de la cama para pensar en cómo dar el siguiente paso y en si iba a ser capaz de dar el subsiguiente. 


Pero fue ella quien me facilitó las cosas porque me pidió:
- Deja caer tu bata al suelo.
- ¿Quéééééé?
- Lo que has oído, no te hagas el sordo, deja caer la bata al suelo.
     Y sin tener otra alternativa, inundado de pavor, me despojé de mi atuendo.
- ¡Mamma mía! - exclamó ella - nunca había visto una cosa tan original. Su aspecto está entre una guinda de un pastel de cumpleaños y una castaña marrón glacé. Ven, ven aquí con mamá.
- ¿Puedo bajar las persianas? - pregunté bajito para no hacerla enfadar.
- Haz lo que quieras, pero ven porque quiero comprobar si lo que veo es de verdad o es photoshop.


     Después que dejé la habitación en penumbras, en puntillas me acerqué hasta el lecho y me metí debajo de las sábanas intentando no moverme mucho. La hermosa mujer se giró hacia mí y me abrazó suavemente. Luego me apretó contra su cuerpo que yo sentí desnudo, y me comenzó a besar como nadie me había besado hasta entonces. En ese instante sentí que empezaba a subir al séptimo cielo y que luego bajaba por un tobogán de jalea de mango.


     "Dí, dí algo Valentino; en estos casos se debe decir algo", me dije a mí mismo. Y al instante le solté:
- Je t'aime je t'aime, mon amour - Y lo hice en francés porque me nació del corazón hablarle en ese idioma. 
- ¿Hablas francés, mi petit gorrión? - me preguntó ella.
- ¡Francés, alemán, rumano, y hasta chino si es necesario! - grité fuera de mí, porque a esas alturas hasta podría haber cantado en arameo y hecho los coros en swahili.
- Cálmate, petit gorrión, cálmate. Ahora quiero que te olvides de todo y que te concentres en mí; que me beses todo mi cuerpo y que me hagas volar como un colibrí - me dijo en un tono bajito pero lleno de electricidad.


     Naturalmente yo obedecí de inmediato. Comencé por besarle su cuello, y cuando iba a empezar a bajar en busca de territorios ignotos, comenzó a sonar la mierda del timbre de la puerta con tanta insistencia que me hizo despertar de mi delicioso sueño. Me senté en la cama sobresaltado, con el corazón latiéndome como un caballo desbocado, sin tener aún conciencia de lo que me sucedía, hasta que me vi reflejado en el espejo de mi habitación, dándole besos y chupetones a mi propia almohada. 
- ¡Me cago en la leche! ¡Lo que me temía! ¡Parecía tan real, pero era sólo un sueño! - vociferé, mientras el timbre volvió a sonar.


Me puse la bata y zigzagueando, intentando centrarme, llegué hasta la puerta.
- Sí - dije yo, y agregué "¿Quién es?".
Entonces una voz femenina que llenó de melodías la estancia, me contestó del otro lado:
- Soy yo chico malo, soy Muchosnombres. Vengo a invitarte a ir a Valencia.-


Ver vídeo del Real Jardín Botánico de Madrid:
http://www.youtube.com/watch?v=O6sagLx1ZCo&feature=related